Los viejitos han estado viniendo todos los días por ocho años a sentarse bajo una pequeña carpa en esta playa de Okinawa. Hay varias banderas en japonés y en la carpa está pintado un letrero que varias veces vi como grafiti en los muros de mi ciudad: “BASES NO”.
La playa está el pueblo de Nago, cerca del límite de la base militar gringa en Henoko, en la costa este de Okinawa. Uno de los jóvenes que está con los viejillos trabaja en una tienda de donuts, así que hay varias cajas con dulces y botellas de té y soda que los activistas, que hoy llevan 3904 días de protestar sentados aquí, compartían con nosotros.
Acá las protestas son diferentes. En esta sociedad, cualquier cosa que sea romper la ley, como cerrar una calle, es considerado algo violento. De modo que la gente llega y se sienta y no se rinde. Una chica de lentes gruesos que habla inglés empieza a contarnos que su vida es una pesadilla en la vecindad de la base militar gringa, que llegó en 1945 cuando los aliados arrasaron la isla en la segunda guerra mundial y está aquí con un acuerdo a perpetuidad.
En la base de Campo Schwab, en Henoko, hay un centro de entrenamiento de operaciones de selva, y muchas noches los lugareños la pasan en vela escuchando las bombas y los tiros. Los helicópteros pasan volando bajito, y los soldados dejan casquillos de bala y basura tirada por ahí. Y ahora los gringos quieren expandir su base, nos cuenta señalando un mapa, quieren construir un relleno encima de los corales y acabarán con los pocos manatíes o dugongs, como les llaman acá, que quedan en el área.
La muchacha habla con energía y con tristeza, como muchas veces se escucha hablar a los activistas, tratando de transmitir la urgencia de su lucha. Suena un poco como si a ella misma le costara creer que con estar sentados aquí vayan a poder sacar a una base militar de un país grande y poderoso.
Okinawa antes no era Japón. El imperio japonés se anexó la isla, que está más cerca de China que de Japón, a finales del siglo 19. La gente tiene tristes recuerdos de la guerra, cuando el emperador mandó a los jóvenes a morir al frente e hizo a la gente suicidarse. Aquí nadie ondea la bandera de Japón, que siempre los trató con desdén y abusó de ellos durante la guerra. Hoy Japón tiene un gobierno gringuero que defiende la permanencia de las bases militares extranjeras en este lugar.
Yo me siento conmovido por la lucha de los señores y pido hablarles, con la chica de los lentes gruesos traduciendo. Soy de Panamá, les cuento, en Centroamérica. Allá tuvimos bases gringas por 97 años, también tenían un lugar donde entrenaban a los soldados que iban a matar a los niños en Vietnam (en Fuerte Sherman, en Colón). Igual que acá, les cuento, en Panamá había gente que quería que las bases militares gringas se quedaran para siempre.
Pero los largamos, les cuento a los viejillos. La gente luchó, poco a poco, los estudiantes, la gente común como mis papás y muchos otros, cada uno haciendo su poquito. Peleaban, aunque fuera sólo con su opinión. Obligaron al gobierno de Panamá a ponerse de su lado. Y al final se fueron las bases, ya no están ahí. Se puede, quizá toma mucho tiempo, pero ustedes pueden sacar a los gringos de su isla.
Mis compañeros les hablaron también, les contaron de lo honrados que estaban de estar en la playa con ellos. Los viejillos aplaudían y se ponían contentos cuando les hablábamos. Después comimos donuts y tomamos té y nos sentamos bajo la carpa. Habló don Neoshi san, uno de los señores, y lo que contó fue que ahora que estaba viejo (a él le tocó pelear en la guerra y todo) tiene problemas para caminar más de diez pasos, pero que ahí está su esposa y compañera, y tienen una manera especial de caminar juntos que nos mostró, y así puede ir a donde quiera. No importa nada más en la vida, nos dijo, lo más importante es el amor.
Nos quedamos hasta el mediodía, y cuando nos íbamos los jóvenes sacaron banderas de colores que decían “PEACE”. Nos despedimos dándole la mano a cada uno de los viejillos, inclinando la cabeza, y ellos decían arigato, gracias.
Una de las señoras, una viejita muy arrugada, me miró a los ojos cuando se despedía. Panamá es mi fuerza, me dijo. Arigato.
Ver también:Emigrante sin destino: OkinawaSave dugong, no base in Henoko, Okinawa, Japan